17 septiembre 2006

VIVIENDO EN EL ESPIRITU

VIVIENDO EN EL ESPIRITU
Capitulo 8
1Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 5Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.


Tema

El tema básico de Pablo es la justicia de Dios. La palabra «justo» en una u otra forma se usa más de cuarenta veces en estos capítulos. En los capítulos 1–3 presenta la necesidad de la justicia; en 3–8 la provisión de Dios de justicia en Cristo; en 9–11, cómo Israel rechazó la justicia de Dios; y en 12–16, cómo se debe llevar la justicia a la práctica diaria.

Romanos 8

Este capítulo es el clímax de la sección sobre la «santificación» (caps. 6–8) y responde las preguntas que surgieron respecto a la ley y a la carne. El Espíritu Santo domina todo el capítulo, porque a través del Espíritu morando en nosotros podemos vencer la carne y tener una vida cristiana fructífera. El capítulo puede resumirse en tres frases: 1.- Ninguna condenación, 2.- Ninguna obligación y 3.- Ninguna separación.


1. Ninguna condenación: el Espíritu y la ley (8.1–4)

Estos versículos, en realidad, constituyen la conclusión del argumento del capítulo 7. Tenga presente que aquí Pablo no analiza la salvación, sino el problema de cómo el creyente puede alguna vez hacer algo bueno cuando tiene una naturaleza tan pecadora. ¿Cómo puede un Dios santo aceptar alguna cosa que hacemos cuando no tenemos «nada bueno» morando en nosotros? ¡Tal parece que tendría que condenar todo pensamiento y obra! Pero no hay «ninguna condenación» puesto que el Espíritu Santo que mora en nosotros cumple la justicia de la ley. La ley no puede condenarnos porque estamos muertos a ella. Dios no puede condenarnos, porque el Espíritu Santo capacita al creyente «a andar en el Espíritu» y por consiguiente a satisfacer las exigencias santas de Dios.
Es un día glorioso en la vida del cristiano cuando se da cuenta de que los hijos de Dios no están bajo la ley, de que Dios no espera que hagan «buenas obras» en el poder de su vieja naturaleza. Cuando el cristiano comprende que «no hay ninguna condenación», se percata de que el Espíritu que mora en él agrada a Dios y lo ayuda a agradarle. ¡Qué gloriosa salvación tenemos! «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud», advierte Pablo en Gálatas 5.1.

2. Ninguna obligación: el Espíritu y la carne (8.5–17)

El creyente puede tener dos «disposiciones» (mente, designios): puede inclinarse hacia las cosas de la carne y ser un cristiano carnal, en enemistad con Dios; o puede inclinarse hacia las cosas del Espíritu, ser un cristiano espiritual y disfrutar gozo y paz. La mente carnal no puede agradar a Dios; sólo el Espíritu obrando en nosotros y a través de nosotros puede agradar a Dios.
El cristiano no tiene ninguna obligación con la carne:
«Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne»
(v. 12). Nuestra obligación es hacia el Espíritu Santo. Fue el Espíritu el que nos convenció y nos mostró nuestra necesidad del Salvador. Fue el Espíritu el que impartió la fe salvadora, implantó la nueva naturaleza en nosotros y nos da testimonio cada día de que somos hijos de Dios. ¡Qué gran deuda tenemos con el Espíritu! Cristo nos amó tanto que murió por nosotros; el Espíritu nos ama tanto que vive en nosotros. A diario soporta nuestra carnalidad y egoísmo; todos los días nuestro pecado lo contrista; y sin embargo nos ama y permanece en nosotros como el sello de Dios y las «arras» («garantía», 2 Co 1.22) de las bendiciones que nos esperan en la eternidad. Si alguien no tiene el Espíritu morando en él, no es un hijo de Dios.
Al Espíritu Santo se le llama «el Espíritu de adopción» (v. 15). Vivir en la carne o bajo la ley (y ponerse bajo la ley es inclinarse a vivir en la carne) conduce a la servidumbre; pero el Espíritu conduce a una vida gloriosa de libertad en Cristo. Libertad para el creyente jamás significa hacer lo que se le antoje, ¡porque esa es la peor clase de esclavitud! Más bien la libertad cristiana en el Espíritu es libertad de la ley y de la carne, para que podamos agradar a Dios y llegar a ser lo que Él quiere que lleguemos a ser. «Adopción» en el NT no significa lo que típicamente denota hoy en día, recibir a un niño dentro de una familia como miembro legal de ella. El significado literal de la palabra griega es «colocar como hijo», tomar a un menor (bien sea en la familia o afuera) y hacerlo el legítimo heredero. Cada creyente es un hijo de Dios por nacimiento y heredero de Dios por adopción. Es más, somos coherederos con Cristo, de modo que Él no puede recibir su herencia en gloria hasta que nosotros estemos allí para compartirla con Él. Gracias a Dios el creyente no tiene obligación a la carne, para alimentarla, agradarla y obedecerla. En lugar de eso, debemos «hacer morir» las obras de la carne por el poder del Espíritu (v. 13, véase Col 3.9ss) y permitir que el Espíritu dirija nuestras vidas diarias.

3. Ninguna separación: el Espíritu y el sufrimiento (8.18–39)

Aunque ahora los creyentes soportan el sufrimiento, disfrutarán de la gloria cuando Cristo regrese. Es más, la creación entera (vv. 19–21) gime bajo la esclavitud del pecado, gracias a la desobediencia de Adán. Cuando Cristo finalmente aprese a Satanás, libertará a la creación completa de su esclavitud, y toda la naturaleza disfrutará con nosotros de «la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (v. 21). ¡Qué maravillosa salvación tenemos; libre de la pena del pecado debido a que Cristo murió por nosotros (cap. 5); libre del poder del pecado porque morimos con Cristo a la carne (cap. 6) y a la ley (cap. 7); y algún día seremos libres de la misma presencia del pecado cuando la naturaleza sea librada de su esclavitud.
Tenemos el Espíritu de adopción, pero estamos «esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (v. 23). El alma ha sido redimida, pero no el cuerpo. Esperamos en esperanza, sin embargo, debido a que el Espíritu Santo nos es dado como «las primicias» de la liberación que Dios tiene para nosotros en el futuro. Incluso si morimos, el Espíritu, quien nos ha sellado para el día de la redención (Ef 1.13–14), vivificará nuestros cuerpos (v. 11).
Nótese los tres «gemidos» en los versículos 22–26: (1) toda la creación gime, v. 22; (2) el creyente gime esperando la venida de Cristo, v. 23; y (3) el Espíritu gime al interceder por nosotros, v. 26. Nótese en Juan 11 cuando Jesús «gimió» al visitar la tumba de Lázaro. Cómo se preocupa Dios por la esclavitud de la creación. Qué precio pagó Cristo para librarnos.
Pablo destaca que mientras soportamos estos sufrimientos en esperanza tenemos el privilegio de orar en el Espíritu. Tal vez mucha de nuestra oración es en la carne: oraciones largas, hermosas, «pías», que glorifican al hombre y dan nauseas a Dios (Is 1.11–18). ¡Pablo indica que la mayoría de la oración espiritual puede ser un gemido sin palabras que brota del corazón! «Suspiros demasiado profundos para las palabras» es una manera en que una versión traduce el versículo 26. El Espíritu intercede por nosotros, el Padre escudriña nuestros corazones y sabe lo que el Espíritu desea, y esto es lo que nos concede.

El Espíritu siempre ora de acuerdo a la voluntad de Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios? Que los creyentes sean conformados a la imagen de Cristo (v. 29). Podemos reclamar la promesa del versículo 28 debido al propósito del versículo 29. Nótese que todos los verbos en el versículo 30 están en tiempo pasado: llamó, justificó y glorificó al creyente. ¿Por qué desmayar bajo los sufrimientos de este mundo cuando ya hemos sido glorificados? Simplemente esperamos la revelación de esta gloria en la venida de Cristo.

Pablo concluye haciendo cinco preguntas (vv. 32–35) y respondiéndolas claramente. No hay necesidad de inquietarse por lo que Dios hará, porque Dios es por nosotros y no contra nosotros. La prueba es que dio lo mejor que tenía en la cruz. Con toda seguridad que nos dará libremente cualquier otra cosa que necesitemos. ¿Puede alguien acusarnos por el pecado? ¡No! Hemos sido justificados y esta posición delante de Dios nunca cambia. ¿Puede alguien condenarnos? ¡No! Cristo murió por nosotros y vive ahora como nuestro Abogado a la diestra de Dios. ¿Puede alguien separarnos del amor de Dios? ¡No! Ni siquiera el mismo diablo («principados», «potestades», v. 38).

Por lo tanto mis queridos hermanos, ¡Ninguna condenación, ninguna obligación, ninguna separación! tenemos ahora en cristo Jesus, (en la carne), «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (v. 37).
De modo que nuestra seguridad debe estar puesta en esta esta palabra que nos enseña el gran Apóstol Pablo, Para los que estamos en Cristo ya no hay condenacion sino que solo nos espera el galardon alla arriba en los cielos.

Pero si debemos advertir a todos aquellos que aun no ha querido recibir a Cristo como su salvador, que no correrar la misma suerte ya que la palabra del Señor nos dice que to aquel esta "en condenacion hasta el día en que crea", asi que mi querido amigo hoy es el tiempo en que se decida por Cristo y así gozaremos con El por la eternidad.

Dios bendiga sus vidas y les de esa seguridad de que nada ni nadie les podra separar del amor de Cristo..

Amen.

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